Mar de plástico no cumple las expectativas que había sembrado

De «Mar de plástico» esperaba mucho más, a pesar de que encontrar a una chica muerta e investigar quién lo hizo es un tema más que trillado, esto se podría haber superado con la localización, un municipio ficticio de Almería -el paisaje que crean los invernaderos y la luz me gustaron-, y con tramas personales atrayentes solventadas con interpretaciones de nivel. Esto no ocurre en esta serie que no cumple las expectativas que había sembrado.
Me hubiera gustado escribir que es una ficción vibrante y que te envuelve desde el comienzo, a mí no me ocurrió. En los primeros cinco minutos ya noté que se me estaba haciendo pesada y lenta. Se abusa de la reiteración en ciertos temas y creo que en este aspecto hubiera sido mejor sugerir algo más que mostrar una y otra vez, por ejemplo, lo racistas que son gran parte de los protagonistas de la ficción. Esto podría ser consecuencia de la necesidad de rellenar minutos, pero sobran secuencias repetidas y a mí, también violencia gratuita. La falta de naturalidad en la narración hace que la serie pierda credibilidad y ese sí es un problema grave.
Cuando una ficción conecta con el espectador existen muchas cosas que este puede pasar por alto, pero cuando no conecta, detalles quizá pequeños, pero «imposibles» se hacen muy muy grandes como la ampliación de una foto colgada en una red social hasta el límite de poder ver a una persona en unas gafas de sol, demasiado CSI e improcedente aquí, o el hecho de que en los invernaderos se pueda trabajar hasta la una de la mañana.
En cuanto a la manera de hablar, aunque no distingo al cien por cien los acentos andaluces, sí que es fácil, identificar un batiburrillo de dicciones que se unen a los que no lo tienen y que deben justificar, algunos lo hacen, otros todavía no, que no son de allí. Además los «extranjeros» añaden más pronunciaciones diferentes -africanos, con acento cubano, o rusos, que no sé si tendrán el acento que se espera u otro porque se me escapa. En Mar de plástico, esta «Torre de Babel» distrae a la hora de seguir la acción o puede que sea porque la acción no es lo interesante que debiera ser.
Las interpretaciones del elenco son irregulares desde las sobresalientes hasta las deficientes pasando por una gran número de simplemente pasables. La mejor de la serie, la de Pedro Casablanc, que demuestra una vez más su calidad; Belén López convence en su papel de mujer llena de dolor y rencor, pero la química que tiene con Rodolfo Sancho es inexistente; Andrea del Río tiene en sus manos uno de los personajes más extremos de la ficción y consigue sacarlo adelante de forma notable; Nya de la Rubia defiende con solvencia a Lola, una agente de la Guardia Civil gitana, y poco se vio a Fernando Cayo, otro actor de altura. A Jesús Castro le sale un fuerte competidor, en lo que a atractivo se refiere, con Will Shephard porque claro está que no fue contratado por sus dotes interpretativas.
Sí, debería escribir algo más sobre Rodolfo Sancho, aquí sus limitaciones son más visibles porque su personaje «está solo», algo que no ocurre, por ejemplo, en «El Ministerio del Tiempo» al formar parte de un grupo que completan dos estupendos actores como Nacho Fresneda y Aura Garrido y también por la calidad de la serie de La 1. Diría que su trabajo fue pasable con altibajos y que el trastorno por estrés postraumático que acarrea tras estar destinado en Afganistán es un buen hilo del que tirar.
Finalmente se hace larga, esto no es un defecto de la serie en sí, sino la consecuencia de las exigencias de las cadenas a las productoras. Lo lógico es que ocurra cuando sobrepasas los cincuenta minutos de visionado, pero el problema de Mar de plástico es que a mí me sucedió mucho antes. Ahora me planteo, teniendo claro que me da igual quién mató a Ainhoa, si debo ver el segundo episodio para confirmar mis sensaciones o tal vez, mejorarlas.
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